La octava entrega de Lefranc
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "El arma absoluta", de Jacques Martin y Gilles Chaillet.
La relectura de El arma absoluta, la octava aventura de Lefranc, treinta años después de la primera vez, me ha sorprendido por su madurez a varios niveles. Para empezar, su acción se abre con un flashback, que nos remite a 1928, cuando el as de la aviación Pierre Lorrain es contratado por un misterioso personaje -acompañado por la bella Yvonne Garand- para volar hasta Austria y recoger a un pasaje no menos enigmático.
Estrellado el biplano durante su viaje de regreso, nunca se descubrió ningún resto humano entre los del aparato. Sin más indicación que el pretérito perfecto utilizado por el narrador, la analepsis sólo se nos descubre tras su última viñeta (pág. 10), cuando -medio siglo después- dicho narrador resulta ser el hijo de Pierre Lorrain -Michel Lorrian- y encontrarse con Lefranc en el mismo restaurante de la parisina estación de Lyon donde hemos visto arrancar la historia cincuenta años antes. Un arranque magistral que se diría más propio de una cinta de Alain Resnais que de un tebeo. Y quien sabe si El arma absoluta no era uno de los títulos atesorados por el cineasta. De lo que si hay constancia es de que el cómic fue una de las grandes influencias de Resnais y, su colección de álbumes, una de las grandes de Francia.
Volviendo al que nos ocupa, Lorrain hijo acaba de recibir una carta de su padre tras darle durante medio siglo por desaparecido. Naturalmente, Lefranc -pese a que sigue siendo un periodista como Tintín- acepta la misión de encontrar al aviador como si fuese un detective privado. Puesto a ello, nuestro protagonista acabará desbaratando los planes de una sociedad secreta -la OCRE-OCRA-, que simuló el accidente del avión para que el mundo diera por desaparecidos a los sabios que integraban el misterioso pasaje. De este modo, la organización los puso a idear el arma absoluta, capaz de destruir cualquier ejército. Consiste en un láser cuyo haz puede hacer vibrar el núcleo de la tierra y repercutir dicha vibración donde sea preciso. Hasta ahí, una de esas fantasías a las que son tan dadas las organizaciones secretas y los mad doctors que, al margen de su verosimilitud, tanto animan los argumentos fantacientíficos.
Puede que todo se deba a que no acabo de hacerme a la idea de que, a partir de los años 70, Jacques Martin es el primero de los triunviros de Hergé -habrá que repetir una vez más que Edgar P. Jacobs y Bob de Mor fueron los otros dos-, de cuantos he leído, que trabaja -sobre todo en Lefranc- para un público más adulto. Arrancar con semejante flashback es buena prueba de ello. Como también lo es esa historia de amor entre Pierre Martin y la bella Ivonne. Más allá de la analepsis del principio, sólo se recuerda en una mención que hace Lefranc en la quinta viñeta de la pág. 34. Asiste en dicha estampa a una conversación con Axel Borg, su eterno antagonista. Aliados en esta ocasión frente al enemigo común que supone la OCRE-OCRA, esa insólita fraternidad -"¡Nos odiamos como enemigos y a la vez nos queremos como hermanos!", comenta Borg- es la mayor prueba de madurez de todas a las que me refiero. Esa altura de miras, que va más allá del maniqueísmo de los héroes y villanos, es una muestra incontestable de la madurez de una historia. Sin querer al apuntarlo menoscabar a Hergé -cuyo arte es la piedra angular de todo esto- esa comprensión del bueno al malo, y viceversa, es algo que no se ve en el doctor Müller, el antagonista del amado Tintín. Ni siquiera en Arbacés, el inefable enemigo de Alix en sus primeras entregas. Sólo se apuntan maneras en este sentido en la relación existente entre Blake y Mortimer y el coronel Olrik, los héroes y su antagonista de Jacobs.
Quiero por último dejar constancia de las similitudes que he encontrado entre la Alsacia, que aquí dibuja Gilles Chaillet -ilustrador de la serie entre su quinta y décimo tercera entregas-, y la Normandía mostrada por el propio Martin en Huracán de fuego. Si a ello se le suman las semejanzas con las viñetas en las inmediaciones de la gruta de El secreto de los templarios, la octava aventura de Jhen, dibujada por Jean Pleyers sobre un guión del propio Martin, puede inferirse que tanto Chaillet como Pleyers, en cierto sentido, son discípulos de Martin. En cualquier caso, todo es una delicia.
Publicado el 17 de junio de 2020 a las 02:15.